La Pasión del Señor y su gloriosa Resurrección
iluminan todo el año litúrgico con su resplandor de virtud, gracia y salvación.
Comenzado con el Adviento, el año litúrgico prosigue con el período de Navidad.
Luego se intercalan unos domingos del tiempo ordinario, para remontar de nuevo
hacia los grandes misterios de la vida de Jesús en la cuaresma, triduo santo y
período pascual. La Iglesia, con sabiduría secular, ha colocado la liturgia
cuaresmal y pascual al final del invierno e inicio de la primavera. La misma
naturaleza, de este modo, acompaña al cristiano en el proceso de su muerte al
pecado, llevando con Jesucristo la propia cruz hasta el Gólgota, y en la
floración de la nueva vida en Cristo, por la participación en los frutos de su
Resurrección gloriosa. El ritmo del tiempo y la escansión de las estaciones se
entrelazan fraternalmente en beneficio del hombre, de su felicidad y de su
destino.
En el conjunto del año litúrgico, la Pasión de Jesucristo representa el momento
culminante y por excelencia dramático de toda la historia de Jesús de Nazaret.
Toda la vida del Nazareno se encamina, con paso a veces lento, a veces
acelerado, hacia Getsemaní y el Calvario. Digamos que la Pasión es la
culminación de un designio, de una misión. Su contexto natural es la vida entera
de Jesús de Nazaret. Consideramos que una reflexión orante y agradecida sobre
este misterio insondable de nuestra fe puede deshacer con su intensa luz ciertos
vahos y tinieblas de desencanto y pesimismo, que pululan por no pocas
conciencias de los hombres de hoy.
El evangelio quadriforme de la Pasión
Los acontecimientos a través de los que se desarrolló la Pasión de Jesús de
Nazaret son históricamente únicos e irrepetibles. Se realizaron en la ciudad de
Jerusalén y sus alrededores, en tiempos de Tiberio, emperador romano, bajo
Poncio Pilatos, gobernador de Judea, siendo Caifás sumo sacerdote. Estas
coordenadas espacio-temporales nunca más volverán a juntarse en la historia.
Tales eventos constituyen el único y dramático Evangelio de la Pasión del Señor,
es decir, la única Buena Nueva de nuestra salvación, manantial de alegría y
conforto para los hombres pecadores.
Este único Evangelio de la Pasión ha sido relatado, según los textos canónicos
del Nuevo Testamento, por cuatro evangelistas. Son muchos los episodios en que
coinciden los cuatro, pero no faltan episodios que a cada uno les son propios. Y
en las mismas escenas comunes a los cuatro, ¡cuántas pequeñas diferencias en los
detalles circunstanciales! Ninguno de los cuatro evangelistas estuvo presente en
todos y cada uno de los acontecimientos. Ninguno quiso narrarlos como una
crónica periodística con puntos y comas. Ninguno pretendió satisfacer la
curiosidad de los lectores o suscitar en ellos meros sentimientos humanos.
Narraban con corazón creyente. Contaban lo que habían visto y oído, no como
simples eventos, sino como una cifra misteriosa del lenguaje de Dios Padre y
Redentor, enviada a los hombres ganados para la fe en Jesucristo. Son Evangelio
en los acontecimientos y por medio de ellos, en virtud y por fuerza de la fe que
en ellos descubre la salvación de Dios, encarnada en la persona del dolorido y
sangrante Nazareno.
Los Evangelistas relatan, cada uno con su plan, con su estilo y con su
personalidad, las horas más densas en la historia y vida de la familia humana,
las más profundas y apasionadas, las más trágicas y convulsas, las más
grandiosas y entrañables, las más inolvidables y heroicas, las más necesarias
para arrancar al hombre de sí mismo y trasplantarlo hasta Dios. Se quedan
cortos, muy cortos, porque el misterio guarda una enorme distancia de todo decir
humano. Balbucean, cuentan, tartamudean la verdad sagrada, divina, de muchos
hechos comunes en aquellos años; hechos tantas veces repetidos en el pretorio,
por las calles de Jerusalén y en la cumbre de la colina de la Calavera. Ésta es
la condición y el destino de los escritos humanos, incluso cuando están
inspirados, como los evangelios, por el Espíritu Santo.
Los hechos narrados en los evangelios corresponden a acontecimientos reales.
Pero no todos los hechos de la Pasión nos han sido narrados. Éstos trascienden y
sobrepasan en sí cualquier relato. Además, toda narración selecciona, recrea,
moldea los hechos en un lenguaje, en una forma expresiva, en una mentalidad y
cultura. Los relatos de la Pasión no son de ninguna manera reportajes. Entre la
objetividad del hecho y la realidad del relato está de por medio cada
evangelista. Ellos son conscientes de contar hechos históricos, pero más todavía
acontecimientos salvíficos. El resultado es la narración de una historia,
penetrada por la fe, expresada por la fe, aceptada y vivida en la fe. ¡La luz de
la Pascua ha hecho ver la Pasión de Jesús con ojos nuevos!
Los evangelios de la Pasión, ante tanta inhumanidad que se agolpa sobre
Jesucristo en unas cuantas horas, son sobrios, muy discretos. Han proferido
pocas palabras para que el Espíritu hable a través del texto. Son muchas las
escenas que se siguen una detrás de otra, pero parece que los evangelistas no
quieren detenerse en ninguna. Pasan sobre los hechos del drama con candor de
neófitos, deslumbrados por la Resurrección. Estaban convencidos, por la fe en el
Resucitado, de que una sola gota de sangre del Redentor hubiera sido suficiente
para salvar al mundo. No son las llagas en sí lo que nos salva, sino la
fidelidad suprema, hasta las llagas, al designio del Padre, el amor a su
Voluntad soberana y santísima.
En verdad hemos de confesar que lo más importante de la Pasión: el dolor de
Dios, la fidelidad al plan de salvación, el amor infinito al Padre, se nos
escapa como agua en cesta de mimbres. Algo del agua se retiene, pues las mimbres
quedan mojadas, pero la mayor parte se escurre y desaparece en la corriente.
¿Quién puede entrar en el alma de Jesús durante la Pasión? ¿Quién puede escrutar
su corazón en esas horas terribles? ¿Quién puede adecuadamente entrever el
corazón del Padre, la actitud del Espíritu Santo ante el drama sublime de la
Pasión? La Pasión de Jesús son hechos vivos y episodios reales, son historia y
misterio. Se trata de algo inaudito, supramental: la Pasión de Dios en el hombre
Jesús. Los evangelistas los cuentan para que lleguen por los ojos y los oídos
hasta la interioridad del hombre, allí donde el misterio tiene su nido. Por eso,
la Pasión de Cristo más cálida, más significativa, de mayor hondura, es la que
recrea y revive cada cristiano en su corazón, al socaire del Espíritu.