Me senté
sobre la pequeña barda de piedra que marcaba los limites de la casa,
mis pies colgaban y podía mecerlos suavemente, me tranquilizaba escuchar
el sonido del agua que corría por el estrecho canal, era como la voz de
una viajera que no se cansa de andar imaginándose que nunca llega a
donde quiere así que corre y corre, los rayos del sol caían sobre mi
cabeza como un par de manos piadosas que se permitían en ese momento
dedicarme una caricia tierna, pensaba en lo diferente que era mi vida
apenas unos días antes, antes que todo pasara, ya sabes, de esas veces
en las que uno se piensa “si yo hubiese sabido, si no hubiese yo hecho
esto o aquello, si hubiese dado mas” pero las cosas ya pasaron y no se
puede hacer nada para retroceder el tiempo o cambiar los hechos.
Ahora me siento en silencio aquí en este rinconcito y recuerdo, la recuerdo sentadita en aquella silla de madera con tres patas sobre aquel suelo que espejeaba su reflejo con la luz que entraba a raudales por la ventana, su mirada perdida por la que muchas veces no supe si sufrir o dar gracias por que no sabia si seria para ella mas doloroso recordar todo lo que se había ido o no ser capaz de recordar absolutamente nada, aquel terrible retroceso que nos tardo años en llegar a ambas, ella pasando por la necedad de la juventud, el encaprichamiento de la niñez y el doloroso “destete” de la primera edad, yo que me devolví a la melancolía perpetua de alguna vida pasada. Solo dios sabe lo que me costaba llegar a aquel lugar y mirarla inamovible de su asiento en primera fila ante esa ventana mirando pasar los días sin notar el paso verdadero del tiempo, como si la vida se hubiese detenido en algún momento años atrás y ahora todo se moviera cada vez mas lento, como hacer mentalmente una superposición de imágenes cuadro por cuadro hasta conseguir algún movimiento forzado al hacerlas pasar velozmente frente a una pantalla blanca, la pantalla de la memoria que cada día era tan solo mas blanca y cada vez retenía menos memoria. Era una pena inmensa verla vaciarse sobre aquella cortina delgada aunque se que no hay peros o excusas que valgan fui distanciando cada vez mis visitas, hasta ese día en el que definitivamente ya no me reconocía…ni yo a ella. Supe entonces que nada volvería a ser como antes y preferí evadir la realidad, la mía, la de ella, la nuestra, aunque las cosas no dejan de suceder solo por ignorarlas o evitar mirarlas, ella seguía allí y yo aquí, cada una envuelta en una idea del mundo que la otra era incapaz de ver, por que uno solo es capaz de mirar el pasto alrededor de sus propios pies. Ahora me queda el alivio inútil de que lo que quedaba de ella, si algo quedaba, se haya ido por fin a descansar a ese lugar donde no hagan falta ventanas, cortinas blancas ni sillas equilibristas cojas por olvido o dolor. Lo único que queda es el espacio vacío, un libro abierto sobre la mesa, un rebozo de lana en el ropero, un clavel marchito, el estar segura de que ella ahora esta allá…y yo sigo aquí.
Ahora me siento en silencio aquí en este rinconcito y recuerdo, la recuerdo sentadita en aquella silla de madera con tres patas sobre aquel suelo que espejeaba su reflejo con la luz que entraba a raudales por la ventana, su mirada perdida por la que muchas veces no supe si sufrir o dar gracias por que no sabia si seria para ella mas doloroso recordar todo lo que se había ido o no ser capaz de recordar absolutamente nada, aquel terrible retroceso que nos tardo años en llegar a ambas, ella pasando por la necedad de la juventud, el encaprichamiento de la niñez y el doloroso “destete” de la primera edad, yo que me devolví a la melancolía perpetua de alguna vida pasada. Solo dios sabe lo que me costaba llegar a aquel lugar y mirarla inamovible de su asiento en primera fila ante esa ventana mirando pasar los días sin notar el paso verdadero del tiempo, como si la vida se hubiese detenido en algún momento años atrás y ahora todo se moviera cada vez mas lento, como hacer mentalmente una superposición de imágenes cuadro por cuadro hasta conseguir algún movimiento forzado al hacerlas pasar velozmente frente a una pantalla blanca, la pantalla de la memoria que cada día era tan solo mas blanca y cada vez retenía menos memoria. Era una pena inmensa verla vaciarse sobre aquella cortina delgada aunque se que no hay peros o excusas que valgan fui distanciando cada vez mis visitas, hasta ese día en el que definitivamente ya no me reconocía…ni yo a ella. Supe entonces que nada volvería a ser como antes y preferí evadir la realidad, la mía, la de ella, la nuestra, aunque las cosas no dejan de suceder solo por ignorarlas o evitar mirarlas, ella seguía allí y yo aquí, cada una envuelta en una idea del mundo que la otra era incapaz de ver, por que uno solo es capaz de mirar el pasto alrededor de sus propios pies. Ahora me queda el alivio inútil de que lo que quedaba de ella, si algo quedaba, se haya ido por fin a descansar a ese lugar donde no hagan falta ventanas, cortinas blancas ni sillas equilibristas cojas por olvido o dolor. Lo único que queda es el espacio vacío, un libro abierto sobre la mesa, un rebozo de lana en el ropero, un clavel marchito, el estar segura de que ella ahora esta allá…y yo sigo aquí.