miércoles, 14 de octubre de 2015

LA LEYENDA DEL HILO ROJO



“Nunca podrás escapar de tu corazón, asi que es mejor que escuches lo que tiene que decirte…” Paulo Coelho – “El alquimista”.
Existe una ancestral leyenda oriental que dice que las personas que están destinadas a conocerse tiene un hilo rojo invisible atado a sus dedos. Este cordón los une por toda la eternidad a pesar del tiempo y la distancia.

No importa lo que dos personas que están predestinadas tarden en conocerse, ni siquiera importa que hoy vivan cada uno en una punta del mundo, el hilo se estirará y se encogerá todo lo que sea necesario. Pero nunca, nunca, se romperá.
Según esta creencia, nuestro hilo rojo lleva con nosotros desde nuestro nacimiento y siempre nos acompaña, a pesar de que con el paso de los años se enrede y se desenrede de forma puntual.
Cuentan que el Abuelo de la luna sale cada noche en busca de almas gemelas y que, cuando las encuentra, se inclina sobre ellas y les ata con cuidado un fino y fuerte hilo rojo a su dedo. Este hilo decidirá su futuro y guiará a sus corazones para que nunca se pierdan. La leyenda versa así:

“Hace mucho mucho tiempo, un emperador se enteró de que en una de las provincias de su reino vivía una bruja muy poderosa, quien tenía la capacidad de poder ver el hilo rojo del destino y la mandó traer ante su presencia.
Cuando la bruja llegó, el emperador le ordenó que buscara el otro extremo del hilo que llevaba atado al meñique y lo llevara ante la que sería su esposa. La bruja accedió a esta petición y comenzó a seguir y seguir el hilo.
Esta búsqueda los llevó hasta un mercado, en donde una pobre campesina con una bebé en los brazos ofrecía sus productos. Al llegar hasta donde estaba esta campesina, se detuvo frente a ella y la invitó a ponerse de pie.
Hizo que el joven emperador se acercara y le dijo: «Aquí termina tu hilo», pero al escuchar esto el emperador enfureció, creyendo que era una burla de la bruja, empujó a la campesina que aún llevaba a su pequeña bebé en brazos y la hizo caer, haciendo que la bebé se hiciera una gran herida en la frente, ordenó a sus guardias que detuvieran a la bruja y le cortaran la cabeza.
Muchos años después, llegó el momento en que este emperador debía casarse y su corte le recomendó que lo mejor era que desposara a la hija de un general muy poderoso. Aceptó y llegó el día de la boda.
Y en el momento de ver por primera vez la cara de su esposa, la cual entró al templo con un hermoso vestido y un velo que la cubría totalmente… Al levantárselo, vio que ese hermoso rostro tenía una cicatriz muy peculiar en la frente”.

Llamémosle destino, digamos que es un ideal romántico, pero en el amor nunca tiene nuestra razón la última palabra. Esta leyenda está tan arraigada en las culturas orientales que hay millones de personas que llevan hilos rojos anudados en sus manos.

Aunque no hay datos que nos permitan saber si su origen es chino o japonés, sí que podemos hablar sobre el comienzo de esta leyenda. Se dice que ésta comenzó a popularizarse al conocer que la arteria ulnar conecta el dedo meñique con el corazón, el cual siempre se ha entendido como el hogar del amor. No obstante, otras fuentes hablan del anular, lo que tiene más sentido etimológico y una mayor tradición en nuestra cultura.

Como hemos dicho antes, no podemos imponer nuestros caprichos ni nuestras costumbres al destino. Y es que no podemos hacer nada que vaya en contra de nuestro hilo, ni siquiera podemos destruirlo o deshacernos de él.
La conexión que este hilo establece conecta amores profundos y eternos, aquellos con un destino común que nos reflejan que en la vida hay veces que nos encontramos con un antes y un después.
El cariño que nuestro hilo rojo une no tiene porqué ser el de dos personas como pareja, sino que también puede ocurrir con nuestros padres, nuestros hijos o nuestros amigos. Lo cierto es que hay personas que parecen estar hechas para juntarse.

“Son almas entrelazadas a las que les espera una eternidad para compartir. Y es que hay amores que traspasan fronteras, que emanan de los más profundo del corazón y que acarician el alma por siempre…”



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