Cuando una persona logra mirarnos realmente, su mirada puede transformar
nuestra vida, y sobre todo quitar de nosotros el sentimiento de
soledad.
No se si han observado con detenimiento con qué
personas nos relacionamos en nuestra vida. Por ejemplo, cuando vamos a
un evento social y no conocemos a ninguno de los asistentes, empezamos a
establecer contacto con algunas personas, pero no con todas.
Generalmente nos acercamos a aquellos que nos observan, de hecho cuando
alguien nos mira, no sólo que nos ve, sino que nos observa, logra llamar
nuestra atención. Ya que una mirada tiene un gran poder, hay miradas
“que matan”, miradas que nos provocan ternura, miradas lujuriosas por
las que incluso nos sentimos desnudados, y hay miradas que logran
traspasar nuestro corazón y hacernos sentir que estamos vivos.
De
este último tipo de miradas es de las que hablaremos a continuación, de
las que logran transformarnos, las que le dan sentido a nuestra
existencia.
Estas miradas son de varios tipos. La primer mirada
importante es la que tenemos nosotros mismos sobre nosotros. Cuando en
la mañana observamos nuestro rostro en el espejo, que decimos: ¡Oh, que
maravilloso soy!, o, ¡No por Dios, ya cambia estás terrible! ¿Cómo nos
miramos a nosotros mismos? ¿cómo jueces?, rechazando y midiendo cada una
de nuestras acciones, o quizá sobrevaluándonos, pensando que somos
perfectos y no tenemos ningún error, lo mejor sería aceptarnos tal y
como somos, ser auténticos, reconociendo tanto nuestros aciertos como
nuestras limitaciones. Por eso es importante conocernos a nosotros
mismos, es que la capacidad que tenemos de reflexionar, la ocupamos más
seguido y que podamos con nuestros ojos físicos y con nuestros ojos
espirituales mirarnos, pero hacerlo con amor y buscando la verdad.
De
esta mirada hacia nuestro interior, tiene que salir también la visión
que tenemos de los demás, es decir una segunda mirada. Dice un dicho que
los ojos son el espejo del alma, así que muchas veces podremos mentirle
a nuestros semejantes con nuestras palabras, pero no con nuestros ojos.
¿Cómo vemos a los demás? ¿qué pensamos de ellos? ¿los juzgamos? ¿cuánto
realmente los conocemos? ¿bajo que lineamientos vemos a los demás?
A
veces se nos olvida que lo que vemos en los demás, es en muchas
ocasiones un reflejo de nosotros mismos, cuando alguien nos cae mal, por
algún defecto en muchas ocasiones es porque este defecto también lo
tenemos nosotros. El mandamiento de amar a los demás como a nosotros
mismos, es muy importante, se puede decir que uno va de la mano del
otro, amamos a los demás porque nos amamos a nosotros, porque cuando nos
aceptamos a nosotros mismos, somos más capaces de aceptar a los otros,
porque cuando nos amamos y nos conocemos podemos amar las mismas
cualidades en los otros, en lugar de ver sólo nuestros defectos en los
demás.
Nos volvemos mejores cuando amamos, cuando nos dejamos
tocar por otros a través de su mirada, cuando salimos de nosotros mismos
y vivimos un encuentro con otra persona. Sólo el amor realmente logra
este profundo milagro e incluso nos hace sentir que pertenecemos a algo,
que pertenecemos a alguien a quien libremente nos hemos donado. Es por
eso que decimos que salimos de la soledad, porque descubrimos que así
como hay algo más dentro de nuestra mirada, también podemos ver que hay
algo más allá afuera.
Además esto nos hace tener contacto con
nuestra dimensión trascendente, y podemos tener la certeza de que lo que
somos va más allá del tiempo y del lugar que ocupamos ahora, porque
necesitamos que esto que experimentamos, el ser humano, no puede
terminar, sino que debe de permanecer, pero para eso necesitamos tener
una buena visión de nuestra vida. Saber que lo que miramos en nosotros y
para nosotros es lo que podemos conquistar, si nuestra visión es lo
suficientemente buena para construir relaciones con los demás, es decir
si podemos mirar con ojos de amor y misericordia a los demás, podemos
realmente dar miradas que transformen, miradas que puedan convertirnos y
convertir a los demás en seres humanos plenamente reales, plenamente
personas, plenamente vivos.