Hadas de amor en el bosque
Estela estaba pasando el fin de semana en una cabaña en medio del bosque, completamente sola. Sin sus amigas, sin su hermana y, mucho menos, sin su novio Rubén, con el que había discutido el día anterior. Por eso, y porque era solo una de las muchas discusiones que estaban teniendo en los últimos meses, Estela se había marchado sola, a encontrar una solución o a tomar una decisión que no quería tomar.
Confiaba en que el susurro del viento le contase algún secreto, que
el sonido del arroyo llevara también las palabras de aliento que
necesitaba o que las hojas al caer le fueran mostrando el camino. Para
eso estaba el otoño, para contar verdades. Así, le dijo
al viento que amaba a Rubén con toda su alma, pero le preguntó a las
hojas si sus eternas discusiones iban a entrometerse siempre en su
relación.
Se encontraba Estela planteando sus dudas y sus certezas al otoño cuando una tremenda punzada de angustia la dobló, la hizo sentarse junto al arrollo y le arrancó lágrimas
imparables de impotencia. De pronto, de entre las aguas del arroyo
surgió una mujer bellísima, de pelo negro tan largo y con una tez tan
blanca, tan transparente, que casi se fundía con el agua.
La magia de las hadas del amor
El hada secó las lágrimas de Estela acariciando sus mejillas con su sonrisa y se sentó a su lado diciéndole que aquellas lágrimas por amor eran las que la habían despertado. Tal vez podría ayudarla, porque el hada solo podría volver a su descanso en el arrollo cuando a su alrededor hubiera sonrisas y también ilusión. Estela pensó que en una charla con aquella mujer mágica y fascinante encontraría la solución a sus problemas.
Le fue contando al hada sus dudas, no sobre el amor, sino sobre la relación. Ella y Rubén se querían con locura pero no lograban detenerse.
Tal vez el amor no era suficiente, tal vez ninguno de los dos estaba
preparado, tal vez no se estaban esforzando lo suficiente. Pero el hada
no quería escuchar los detalles, el hada no era un hada de autoayuda, era un hada mágica.
El hada puso una enorme flor blanca entre la mano de
Estela y la suya. Mientras Estela visualizaba a Rubén, la energía iba
pasando de mano en mano. La flor se iba deshaciendo convirtiéndose en un
líquido dorado que caía al suelo y de él iba surgiendo la figura de
Rubén hasta que se materializó y abrazó a Estela. Estela no podía dejar
de sonreír y el hada volvía a su descanso en el arrollo. Pero antes de
desaparecer, le dijo a Estela con una mirada que siempre estarian juntos.
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